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¿Es el ‘gasolinazo’ la motivación?

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Por: Milenio

Parece más que evidente que los sentimientos de enojo y frustración son los que han motivado las protestas de los últimos días en el país. El incremento en el precio de la gasolina es una buena razón en sí misma. Sin embargo, más que el evento por el cual protestar, resulta una buena excusa para expresar una serie de agravios que los ciudadanos no han podido manifestar durante mucho tiempo.

Es más bien frustración acumulada. No es necesariamente el gasolinazo la motivación principal. A juzgar por las mediciones de evaluación de esta administración, el malestar empezó desde diciembre de 2013, luego de la reforma fiscal, y se fue pronunciando durante 2014, 2015 y 2016.

Diciembre de 2013 es el momento en que la desaprobación presidencial rebasó a la aprobación para la serie de Parametría, como para la mayor parte de las series nacionales. Durante 2014 se observó un vaivén entre las curvas de aprobación y desaprobación, en el que para efectos prácticos es similar el porcentaje de los que aprueban y los que desaprueban.

Sin embargo, al final de 2014 o para ser más precisos en otoño de ese año, los escándalos de la Casa Blanca y Ayotzinapa afectaron directamente los niveles de aprobación presidencial y se registró una clara caída. Durante 2015 los niveles de desacuerdo con la gestión presidencial solo se pronunciaron y acentuaron. Prácticamente durante todo ese año no paró la caída de la aprobación.

Durante 2016 los resultados de las elecciones a gobernador hicieron más que evidente que la inconformidad que se vio a escala federal alcanzó también el nivel local. En 2015 la corrupción se convirtió en el tema electoral fundamental. La crítica asocia los casos locales con los cuestionamientos federales. Casos como el de Veracruz resultaron emblemáticos.

Siguen bajando los niveles de aprobación presidencial durante 2016 hasta llegar a 20 por ciento. Al observar esas tendencias, resulta casi natural que en algún momento las expresiones de inconformidad que estamos observando en enero de 2017 llegarían. No necesariamente tenían que estar asociadas a un evento en particular, pero este resultó ciertamente un activador más que justificado.

Tal vez a esa frustración hay que agregar un elemento de comunicación social errática o poco sensible en la percepción de los ciudadanos por parte de la Presidencia. Ese en sí mismo es un elemento a analizar. A juzgar por las columnas de prensa nacional, sin duda pudo contribuir a generar mayor malestar entre la ciudadanía.

Independientemente de la mecánica, de la convocatoria, de los responsables, o de las motivaciones de los manifestantes y saqueadores, lo cierto es que el promedio del ciudadano simpatiza con las protestas. No por ello acepta los saqueos, como tampoco está dispuesto a aceptar el uso de la violencia para resolver el conflicto.

Esos porcentajes reportados el lunes pasado por Lorena Becerra, en el diario Reforma, a través de una encuesta telefónica de 500 casos, son muy similares a los registrados en otras protestas. Similares a los niveles de apoyo o rechazo de la reforma energética o educativa. No obstante a ser una medición telefónica, es muy similar a los resultados de encuestas realizadas en vivienda por Parametría.

Si bien la clase política o las instituciones en su conjunto son cuestionadas, el gobierno federal se considera el principal responsable de los incrementos. No es nuevo como elemento de percepción pública. Tampoco lo es que el ciudadano promedio pensara que con la reforma energética se iba a disparar el precio de la gasolina.

Sin embargo, hay nuevos elementos en esta protesta. Uno en particular llama la atención. Uno que podríamos llamar de desconcierto o incomprensión. Con ello no quiero decir que la población tiene por qué entender lo que sucede y por ello lo acepte, como parece asumir la comunicación oficial. Me refiero a un elemento que rompe con un supuesto histórico que solía dar por hecho que México es un país o una potencia petrolera.

El elemento novedoso que parece un componente importante en la frustración de esas protestas es que por primera vez un alza en el precio del petróleo no nos beneficia. Al igual que una baja en el precio se asumía que nos perjudicaría. La explicación de un incremento del precio de la gasolina, porque subió el precio del petróleo, va contra toda nuestra historia como país productor.

Independientemente de los juicios técnicos de los especialistas sobre la necesidad de dejar de subsidiar el precio de la gasolina, da la impresión de que este elemento se está subestimando en términos comunicativos. Los mayores de 18 años en este país hemos crecido dando por hecho que México se beneficia de altos precios del petróleo y no al revés. Lo cual era cierto hasta hace poco. Esta es una nueva realidad. Al parecer subestimada por la comunicación oficial.

Por ello, para entender lo que está pasando, al malestar y enojo hay que agregar un nuevo elemento: la sensación de engaño. Es romper con una historia, contradecir una intuición. México ya no se beneficia de altos precios de los hidrocarburos. Con este elemento adicional de incomprensión, el enojo y la frustración parecen más que justificados.

*Fundador y director de Parametría

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